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Cuentos de Grimm.

Llegó al medio día á la casa de su padre, quien le recibió con estraordinario placer.

—¿Qué has aprendido, querido hijo? le preguntó.

—El oficio de ebanista, padre mio.

—Es un buen oficio, replicó el anciano, y ¿qué has traido de tus viajes?

—Padre, lo mejor de cuanto poseo, es una mesita pequeña:

El padre miró por todas partes y le dijo:

—Si es esa tu obra maestra, no tiene nada de estraordinario, es un mueble viejo que apenas puede tenerse de pié.

—¡Oh! contestó el hijo, es una mesa mágica, cuando la mando me sirva, se llena de los platos mejores, y de vino para alegrar el corazon, y á convidar á todos nuestros parientes y amigos, que vengan á regalarse, la mesa bastará para todos.

Apenas estuvieron reunidos puso su mesa enmedio del cuarto y la dijo:

Mesa, sírvenos.

Mas no escuchó sus órdenes y continuó vacía como una mesa ordinaria:

El pobre muchacho conoció entonces que se la habian cambiado, y quedó tan avergonzado como un embustero cogido en mentira.

44 Los parientes se burlaron de él y volvieron á sus casas sin haber comido ni bebido. El padre cogió su aguja y su dedal, y el hijo se puso á trabajar en casa de un maestro ebanista.

El segundo hijo entró en casa de un molinero. Cuando terminó su ajuste le dijo su amo:

—Te voy á dar este asno para recompensarte por tu