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Cuentos de Grimm.

Sorprendido el sastre al oir esto, comprendió que habia echado á sus hijos de su casa injustamente.

—Espera, dijo ingrato animal, el echarte así es muy poco, quiero marcarte de manera que no te atrevas jamás.

á presentarte delante de ningun honrado sastre.

En el mismo instante cogió la navaja de afeitar, dió jabon á la cabra en la cabeza y se la puso tan lisa como la palma de la mano, y como la vara era muy hermosa para ella, cogió su látigo y la dió tales latigazos que echó á cor— rer dando saltos prodigiosos.

Viéndose solo en su casa comenzó el sastre áá fastidiarse y hubiera querido llamar á sus hijos, pero nadie sabia lo que les habia sucedido.

El mayor se habia puesto de aprendiz en casa de un ebanista: aprendió el oficio con aplicacion y cuando terminó el tiempo de su contrato, quiso marcharse á probar fortuna.

Su maestro le regaló una mesita comun en la apariencia, pero dotada de una preciosa cu lad. Cuando la ponian delante de alguien, y la decian: mesa, sírveme; aparecia en el mismo instante con un hermoso mantel blanco, con su plato, su cuchillo y su tenedor, y otros platos llenos de toda clase de manjares; tantos como cabían en ella y un vaso lleno de vino tinto que regocijaba el corazon.

El jóven se creyó rico mientras viviera y echó á correr por el mundo sin hacer caso de si las posadas eran buenas ó malas, ó de si encontraba á no qué comer.

Muchas veces ni aun entraba en ninguna parte, sino que enmedio del campo, en un bosque, en una pradera ponia su mesa, y sin mas que decirla, sírveme, se hallaba servido en el mismo instante.

Se le ocurrió al fin volver á casa de su padre, creyendo que ya se habria apaciguado su cólera, y que seria bien