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Cuentos de Grimm.

Esta respuesta disgustó mucho al erizo, pues no se incomodaba, mas que cuando se trataba de sus piernas, porque las tenia torcidas de nacimiento.

230 —Te imaginas quizá, dijo á la liebre, ¿qué tus piernas valen mas que las mias?

—Lo creo al menos, dijo la liebre..

—Eso es lo que está por ver, repuso el erizo; apuesto á que, si corremos juntos, corro mas que tú.

—¿Con tus piernas torcidas? Tú te chanceas, dijo la liebre; pero si quieres apostaremos. ¿Qué vamos á ganar?

—Un luis de oro y una botella de aguardiente, dijo el erizo.

—Apostado, dijo la liebre; toca y podemos probarlo en el acto.

—No, á nada viene tanta prisa, dijo el erizo; aun no he tomado nada hoy y quiero ir á mi casa á tomar cualquier cosa. Volveré dentro de media hora.

" Consintió la liebre y se marchó el erizo. Por el camino se iba diciendo á sí mismo. La liebre se fia en sus largas piernas, pero yo se la jugaré. Se dá mucha importancia, lo pero es muy tonta y pagará.

En cuanto llegó á su casa, dijo el erizo á su mujer.

—Mujer, vístete corriendo; es preciso que vengas al campo conmigo.

31 —¿Qué pasa? dijo su mujer.

—He apostado con la liebre un luis de oro y una botella de aguardiente á que corro mas que ella, y es preciso que seas de la partida.

—Pero Dios mio, hombre, dijo la mujer al erizo levan tando la cabeza: ¿estás en tu sentido, has perdido la cabeza?

Cómo pretendes luchar en la carrera con la liebre?

—Silencio, mujer, dijo el erizo; no te metas en lo que 1