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Cuentos de Grimm.

—Pero ha errado el golpe, dijo el hombre del sombrerillo, pues voy á hacer venir un frio que hará impotente al calor.

Entonces se metió el sombrero hasta los ojos, y comenzó á hacer tal frio, que desapareció el calor y se helaron los platos en la mesa.

Al cabo de dos horas el rey, creyendo que estaban muertos, hizo abrir las puertas y vino á ver por sí mismo Io que les habia sucedido. Pero halló á los seis muy frescos y contentos, diciendo que deseaban poder salir para ir á calentarse un poco, porque hacia tal frio en el cuarto, que se les habian helado los platos encima de la mesa. Incomodado el rey, fué á buscar al cocinero, y le preguntó por qué no habia ejecutado sus órdenes.

Pero el cocinero le respondió:

—He echado una lumbre capaz de asar una docena de hueyes. Vedlo vos mismo.

El rey reconoció en efecto que se habia echado una lumbre muy grande debajo del cuarto en que los seis compañeros habian sabido librarse del calor.

El rey, deseoso de deshacerse de estos incómodos huéspedes, llamó al soldado, y le dijo:

—Si quieres ceder los derechos que tienes á la mano de mi hija, te daré todo el oro que desees.

—Con mucho gusto, señor, respondió el otro; dadme únicamente todo el oro que pueda llevar uno de los mios y dejo á la princesa.

El rey se puso muy alegre; el soldado le dijo que volveria á buscar su oro dentro de quince dias. Entre tanto convocó en el mismo instante á todos los sastres del reino y los alquiló por quince dias para hacer un saco. En cuanto estuvo concluido, el Hércules de la banda, el que desarrai-