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Cuentos de Grimm.

Déjame entrar, dijo el ermitaño; no nos harán nada á ninguno de los dos.

La vieja tuvo compasion y se enterneció.

El hombre se echó al pié de la escalera con su vara debajo de la cabeza. La vieja le preguntó por qué se ponia asi, y la refirió que cumplia una penitencia y que debía ser su almohada aquella rama seca. La mujer esclamó llorado:

—¡Ay! si Dios castiga así una simple palabra, ¿que será de mis hijos cuando comparezcan, el dia del juicio, delante de él?

A la media noche volvieron los ladrones haciendo mucho ruido. Encendieron una lumbre muy grande que iluminó toda la pieza, de modo que no tardaron en ver al hombre debajo de la escalera; encolerizados dijeron entonces á su madre:

—¿Quién es ese hombre? Olvidas que te hemos prohibido recibir aquí á nadie?

—Dejadle; es un pobre pecador que hace penitencia de sus pecados, contestó la madre.

¿Qué ha hecho? preguntaron los bandidos. Vamos, viejo, cuéntanos tus pecados.

Se levantó entonces, y les refirió cómo por haber ofendido á Dios con sólo una palabra, habia tenido que someter—se á una vida de expiacion. Los ladrones se conmovieron de tal modo al oir su historia, que se llenaron de terror al considerar su vida pasada; volvieron en sí, y comenzaron å hacer penitencia con sincera contriciou.

El ermitaño, despues de haber convertido á aquellos pecadores, se echo á dormir debajo de la escalera. Pero al dia siguiente le encontraron muerto, y la vara seca, colocada bajo su cabeza, habia echado tres ramos verdes, por que el Señor le babia perdonado ya.