car la llave entre las demás. En cuanto abrió la puerta, entró el primero, procurando ocultar el retrato con su cuerpo; todo fue inútil: el rey, levantándose sobre la punta de los pies, le vió por encima de sus hombros. Pero al ver aquella imágen de una jóven tan hermosa y deslumbrante de oro y de pedrerías, cayó sin conocimiento en el suelo. Levantóle el fiel Juan y le llevó á su cama.
¡El mal está hecho! ¡Dios mio! ¿qué va á ser de nos— M otros?
Y le hizo tomar un poco de vino para que recobrase las fuerzas.
La primera palabra del rey, cuando volvió en sí, fue preguntar de quién era aquel hermoso retrato.
—El de la princesa de la Cúpula de Oro, respondió el fie Juan.
—El amor que me ha hecho concebir es tan grande, dijo el rey, que si todas las hojas de los árboles fueran Ienguas, no bastarian para esplicarle. Mi vida depende en lọ futuro de su posesion. Tú me ayudarás, tú que eres mi fiel criado.
El fiel Juan reflexionó por largo tiempo de qué modo convenia arreglárselas, pues era muy difícil el presentarse delante de los ojos de la princesa. Por último, imaginó un medio, y dijo al rey:
—Todo lo que rodea á la princesa es de oro; sillas, tazas, copas y muebles de todas clases. Vos teneis cinco toneladas de oro en vuestro tesoro; hay que dar una á los plateros para que hagan vasos y alhajas de oro de todas hechuras; pájaros, fieras, monstruos de mil formas, en fin, todo lo que debe agradar á la princesa. Nos pondremos en camino con estas joyas y procuraremos probar fortuna.
El rey mandó venir á todos los plateros del país, y tra-