Preparábase un dia el labrador para ir á cortar madera á un bosque, y se decía: Cuánto me alegraria tener alguien que llevase el carro.
—Padre, esclamó Tom Pouce, yo quiero guiarle, yo; no tengais cuidado, llegará & buen tiempo.
El hombre se echó á reir.
—Tú no puedes hacer eso, le dijo, eres demasiado pequeño para llevar el caballo de la brida.
—¿Qué importa eso, padre? Sí mamá quiere enganchar, me meteré en la oreja del caballo, y le dirigiré donde querais que vaya.
—Está bien, dijo el padre, veamos.
La madre enganchó el caballo y puso á Tom Pouce en la oreja, y el hombrecillo le guiaba por el camino que habia que tomar, tan bien que el caballo marchó como si le condujese un buen carretero, y el carro fué al bosque por buen camino.
Mientras daban la vuelta á un recodo del camino, el hombrecillo gritaba:
¡Soo, arre! Pasaban dos forasteros.
—Dios mio, esclamó uno de ellos, ¿qué es eso? Hé ahí un carro que va andando: se oye la voz del carretero y no se ve á nadie.
—Es una cosa bastante estraña, dijo el otro, vamos á seguir á ese carro y á ver donde se detiene.
El carro continuó su camino y se detuvo en el bosque, precisamente en el lugar donde habia madera cortada.
Cuando Tom Pouce distinguió á su. padre, le gritó:
—¿Ves padre, qué bien he traido el carro? ahora bájame.
El padre cogió con una mano la brida, sacó con la otra á su hijo de la oreja del caballo le puso en el suelo: el pequeñuelo se sentó alegremente en una paja.