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Cuentos de Grimm.

por una rama que se adelantaba precisamente por entre los dos jigantes dormidos y dejó caer algunos guijarros, uno tras otro, sobre el estómago de uno de ellos. El jigante no sintió nada en un principio, pero al fin despertó y empujando á su compañero le dijo.

—¿Porqué me pegas?

—Estás soñando, dijo el otro, yo no te he tocado.

A poco volvieron á dormirse. El sastre tiró entonces una piedra al segundo.

—¿Qué hay? esclamó éste. ¿Qué es lo que has tirado?

—Yo no te he tirado nada, tú sueñas, respondió el primero.

Disputaron por algun tiempo, pero, como estaban cansados, concluyeron por callar y volverse á dormir. El sastre sin embargo continuó su juego y escogiendo el mayor de los guijarros le tiró con todas sus fuerzas sobre el estómago del primer jigante.

—¡Esto es ya demasiado! esclamó éste y levantándose como furioso saltó sobre su compañero que le págo en la misma moneda.

El combate fue tan terrible que arrancaban árboles enteros para servirse de ellos como de armas, y no cesó hasta que ambos quedaron muertos en el suelo.

El sastrecillo bajó entonces de su puesto.

—Por fortuna, pensó para sí, no han arrancado tambien el árhol en que yo me hallaba, pues me hubiera visto obligado á saltar á otro como una ardilla , pero en nuestro oficio todos somos listos.

Sacó la espada y despues de haber dado aos buenos golpes en el pecho á cada uno de ellos, volvió á reunirse á su escolta á la que dijo.

—Ya he concluido; les he dado el golpe de gracia; el