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Cuentos de Grimm.

Despues emprendió valerosamente su camino y como era listo y activo, anduvo una semana.

Pasó por una montaña, en cuya cumbre habia un enorme jigante que miraba tranquilamente á los pasajeros. El sastrecillo se fué derecho á él y le dijo:

—Buenos dias, compañero; ¿qué haces ahí sentado? Estás mirando cómo se mueve el mundo á tus pies? Yo me he puesto en camino en busca de aventuras, ¿quieres venir conmigo?

El jigante le contestó con aire de desprecio.

¡Bribonzuelo, sietemesino!

¿Cómo te atreves á decirme eso? esclamó el sastre.

Y desabotonándose el chaleco, le enseñó el cinturon diciendo:

—Lee aquí y verás con quien las has.

El jigante que leyó, «siete de un cachete», se imaginó que eran hombres los que habia muerto el sastre y miró con un poco mas de respeto á su débil interlocutor. Sin embargo para esperimentarle cogió un guijarro en la mano y le apretó con tal fuerza que rezumaba agua.

—Ahora, le dijo, haz lo que yo, si tienės tanta fuerza.

—¿No es mas que eso? dijo el sastre, pues eso es un juego de niño para 1 mí.

Y metiendo la mano en su bolsillo sacó el queso que llevaba en él y le apretó en su mano de manera que le sacó todo el jugo que tenia.

—¿Qué te parece? añadió; ¿hay alguna diferencia entre los dos?

El jigante no sabia qué decir y no comprendia que un enano pudiera tener tantas fuerzas. Cogió otro guijarro y le tiró tan alto que apenas le distinguia la viata mas perspicaz, y le dijo: