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Cuentos de Grimm

lar, tenia la espalda un poco redonda y era atrevido como todos los jorobados. El sastre tuvo en un principio su poco de miedo y se quedó detrás, pero cuando vio que continuaba reinando la mayor alegria, recobró su valor y entró también. En seguida se cerró el círculo y los pequeños seres comenzaron á cantar y á bailar dando saltos prodigiosos; el vejete tomó un cuchillo muy grande que pendia de su cintura, se puso á arreglarle, y en cuanto le hubo afilado bastante bien, se volvió hacia los forasteros que se hallaban helados de espanto. Mas no fue muy larga su ansiedad; el anciano se acercó al herrero, y en un abrir y cerrar de ojos, le rapó completamente la barba y los cabellos; después hizo lo mismo con el sastre. En cuanto hubo concluido, les dio un golpecito amigable en la espalda, como para decirles que habian hecho bien en dejarse afeitar, sin presentar la menor resistencia, y se disipó su temor. Entonces les mostró con el dedo un montón de carbones que se hallaban allí cerca y les hizo señal de que llenasen con ellos sus bolsillos. Ambos obedecieron sin saber para qué les servirian aquellos carbones, y continuaron su camino buscando un asilo donde pasar la noche. Cuando llegaban al valle, el reló de un convento próximo dio las doce; en el mismo instante cesó el cántico, desapareció todo, y no vieron más que la colina desierta iluminada por la luna.

Los dos viajeros entraron en una posada y se echaron á dormir encima de la paja, pero el cansancio les hizo olvidarse de tirar sus carbones. Un peso inusitado y que les incomodaba mucho les hizo despertar más pronto de lo acostumbrado. Llevaron la mano á sus bolsillos, y no podian creer á sus propios ojos cuando vieron que los tenian llenos, no de carbones, sino de barras de oro puro. Su barba y sus cabellos habian crecido también de una manera