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Cuentos de Grimm.

—Con mucho gusto, contestó Juan; pero ireis muy cargado, os lo advierto.

Bajó el ginete, y despues de haber tomado el oro, ayudó á Juan á montar á caballo y le puso la brida en la mano, diciéndole :

Cuando quieras ahora ir de prisa, no tienes mas que decir: jarre! ¡arre!

Juan no cabia en sí de gozo cuando se vió á caballo. Pasado un momento, tuvo ganas de ir mas de prisa, y comenzó á gritar : ¡arre! ¡arre! El caballo se lanzó en seguida al galope, y antes de tener tiempo de asegurarse en la silla, fue arrojado Juan al suelo, en un foso al lado del camino.

El caballo hubiera continuado corriendo si no le hubiera detenido un aldeano que venia en sentido opuesto, llevando una vaca delante; Juan, de muy mal humor, se levantó como pudo y dijo al labriego:

—Es una cosa muy triste el ir á caballo, en particular cuando tiene uno que habérselas con un animal tan malo como éste, que le tira al suelo, con esposicion de romperle la cabeza. Dios me libre de volver á montar mas en él. Al menos con una vaca como la vuestra se va tranquilamente detrás de ella, y tiene uno además leche, manteca y queso todos los dias. ¿Qué no daria yo por poseer una vaca como esa?

—Ya que os agrada tanto, dijo el labriego, cambiad mi vaca por vuestro caballo.

Juan se hallaba en el colmo de la alegría. El labriego montó en el caballo y se alejó con rapidez.

Juan comenzó á arrear tranquilamente su vaca, contento con el cambio que habia hecho, pues pensaba entre sí:

—Con solo tener un pedazo de pan, nada me puede fal-