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Cuentos de Grimm.

suaviza la piel. Y le administraba dos latigazos en la espalda con el tirapié.

él no que Llamaba a todos perezosos, sin embargo de trabajaba gran cosa, pues no estaba dos minutos parado en un mismo sitio.

Si se levantaba temprano su mujer, encendia la lumbre, alzaba la cama y corria con los pies desnudos á la cocina.

—¿Quieres quemar la casa? la gritaba. Con esa lumbre hay para asar una vaca, ¡cualquiera diria que no cuesta nada el carbon!

Si cuando las muchachas se ponian á lavar, reian juntas alrededor de la artesa, y se contaban las novedades que sabian, lo tomaba con mucha formalidad y las decia rinendolas:

—Ya habeis comenzado á chismorrear. Con vuestra charlatanería olvidais vuestra obligacion. ¡Malas pécoras! Bien podíais apretar las manos y callar las lenguas.

Y dirigiéndose encolerizado hácia ellas, tropezó con una caldera de legía é inundó toda la cocina.

Labraban una casa nueva enfrente de la que él habitaba y desde su ventana inspeccionaba la obra.

—Emplean una madera que no se secará nunca, decia, no gozarán de mucha salud los vecinos de esa casa: mirad cómo ponen los albañiles las piedras de lado: la argamasa no vale nada, es de casquijo y no de piedra como debe ser.

Vivire lo suficiente para ver caerse esa casa encima de los que estén dentro.

Despues de dar otras dos puntadas en su zapato, se levantaba otra vez de repente y se quitaba con la mayor precipitacion su delantal de cuero, diciendo:

— Voy á decirles lo que tienen que hacer.

Y dirigiéndose á los carpinteros: