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Cuentos de Grimm.

A 122 —Es imposible, esclamó al fin; tengo que marcharme, : aquí no hay descanso para mí.

Hizo su maleta, y se apresuró á salir de la ciudad.

Al pasar por el prado vió á su vieja amiga la cigüeña, que se paseaba á lo largo y á lo ancho, como un filósofo, y que se detenía de tiempo en tiempo para observar algunas ranas que acababa por zamparse. Salió á su encuentro para saludarle.

—¿Dónde vas con el saco á la espalda? le dijo; ¿dejas ya la ciudad?

El sastre le refirió el compromiso en que le habia puesto el rey, y se quejó amargamente de su suerte.

—No te incomodes por tan poca cosa, le contestó; yo te sacaré adelante; yo he llevado ya muchos niños, y puedo muy bien, en una ocasion como esta llevar un principito.

Vuelve á tu tienda y estate quieto. De hoy en tres dias, si vas al palacio del rey, me hallarás á tu lado.

El sastrecillo se volvió á su casa, y en el dia convenido se dirigió á palacio. Un instante despues llegó la cigüeña con rápido vuelo y llamó á la ventana. La abrió el sastre, y la comadre de largos pies entró con precaucion, y se adelantó gravemente por el pavimento de mármol. Llevaba en el pico un niño tan hermoso como un ángel que tendia sus manecítas hácia la reina; se le puso encima de las rodillas, y la reina se puso á besarle y á estrecharle contra su coraen muestra de su alegría.

ZOD, Antes de marcharse, la cigüeña cogió su saco de viaje que llevaba á la espalda y le presentó á la reina. Se hallaba lleno de cucuruchos de bombones de todos colores, que fueron distribuidos a las princesitas. La mayor no temó ninguno, porque era demasiado grande, pero la dieron por marido á questro sastrecillo.