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Cuentos de Grimm.

Las abejas se pusieron, primero á zumbar entre sí, y le reina le dijo:

120 —Vuelve á tu casa y ven mañana á éstas horas con una servilleta grande y lo tendrás todo arreglado.

Volvió á su casa; pero las abejas volaron al palacio entraron por las ventanas abiertas para reconocerlo todo y examinar todas las cosas en sus más pequeños detalles y, apresurándose á volver á su colmena, construyeron un palacio de cera que no se podia ver sin llenarse de admiracion. Todo estaba dispuesto por la noche, y cuando volvió el sastre al día siguiente halló esperándole el soberbio edificio, blanco como la nieve y exhalando un dulce olor de miel, sin que faltase un clavo en las paredes ni una teja en el techo. El sastre lo envolvió con cuidado en la servilleta, y se lo llevó al rey, que no podia volver de su asombro.

Hizo colocar la obra maestra en la sala principal de su palacio, y recompensó al sastre con el regalo de una casa grande de piedra.

Aun no se dió por vencido el zapatero. Fué por tercera vez á buscar al rey, y le dijo:

—Señor, ha llegado á oidos del sastre que siempre se ha intentado en vano—abrir un pozo en el patio de vuestro paJacio, y se ha alabado de hacer saltar un caño de agua más alto que un hombre y más claro que el cristalle dijo:

El rey hizo llamar al sastre y —Si mañana no hay en mi patio un juego de agua, tal como el de que tú te has alabado, mi verdugo te cortará la cabeza en ese mismo patio.

El desgraciado sastre gand sin más tardanza las puertas de la ciudad, y como en esta ocasion se trataba de su vida, las lágrimas le corrian á lo largo de las mejillas. Caminaba tristemente, cuando se encontró al lado del potro á que