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Cuentos de Grimm.

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117 —Pues bien, dijo el sastre: echa á correr, comadre de los largos pies.

La cigüeña echó á volar, y se elevó tranquilamente en los aires, dejando colgar sus patas.

—¿En qué va á parar todo esto? se dijo el sastre; mi hambre no disminuye y mi estómago me atormenta. Ahora sí que es perdido el primer sér que encuentre á mano.

En el mismo instante vió dos pequeños patos que nadaban en un estanque.—Llegan á propósito—pensó para sí; y cogiendo uno iba á retorcerle el cuello.

Pero una ánade vieja, que estaba oculta entre las caŭas, corrió hácia él con el pico abierto, y le suplicó llorando que dejase & sus hijuelos.—Piensa, le dijo, en el dolor de tu madre si te dieran el golpe de muerte.

—No tengas cuidado, respondió el buen hombre;—no le tocaré. Y echó al agua el habia cogidopato que Al volver vió un árbol muy grande, medio hueco, á cuyo alrededor volaban abejas salvajes.—Héme aquí recompensado de mi buena accion, se dijo, voy á regalarme con miel. Pero saliendo del árbol, le declaró la reina de las abejas, que, si tocaba a su pueblo y á su nido, seria al instante herido de mil picaduras; que, si por el contrario, las dejaba en paz, las abejas podrian serle útiles más tarde.

El sastre comprendió pronto que nada podia esperar por aquel lado. Tres platos vacíos y nada en el cuarto,—se decia á sí mismo, es una comida sin ningun regalo.

Se arrastró estenuado por el hambre, hasta la ciudad, pero como entró al dar el mediodía, en las posadas estaba preparada la comida, y no habia mas que ponerse á la mesa. En cuanto concluyó corrió la ciudad para buscar trabajo, y le encontró bien pronto con buenas condiciones.