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Cuentos de Grimm.

cer la oracion de la mañana, sin olvidar á aquellos pobres pecadores colgados en la horca y traqueteados por el viento, como badajos de campana. Desechando sus disgustos, cogió su paquete bajo el brazo y se puso en camino, cantando y silbando.

El primer sér que encontro fue un potro castaño, que pacia en libertad en un prado. Le cogió por la crin, é iba á montarlo para dirigirse á la ciudad. Pero el potro le su— ' plicó que le dejase.—Soy todavía demasiado jóven, añadió; es verdad que tú no eres mas que un sastrecillo, ligero como una pluma, pero aun asi me romperias los lomos; dejame comer hasta que sea mas fuerte. Quizá venga tiempo en que pueda recompensarte.

—Márchate, respondió el sastre; asi como asi, veo que no sirves mas que para saltar.

Y le dió con la palma de la mano encima de la grupa.

El potro se puso á dar vueltas de alegría, y á lanzarse á través de los campos, saltando por encima de los setos y los fosos.

Sin embargo, el sastre no había comido desde el dia anterior.—Mis ojos, se decia, han vuelto á ver la luz, pero mi estómago no ha vuelto á ver el pan. La primer cosa que encuentre que pueda comer, la trasladaré á él.

Al mismo tiempo vió una cigüeña que se adelantaba con la mayor gravedad por el prado.—Detente, la gritó cogiéndola por una pata; ignoro si tu carne es buena para comer, pero el hambre no me deja dudar eń la eleccion; voy á cortarte la cabeza á asarte.

—Guárdate bien de hacerlo, dijo la cigüeña; soy un pájaro sagrado, útil á los hombres, y nadie me ha hecho nunca daño. Déjame. la vida y quizá otra vez pueda servirte de algo.