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Cuentos de Grimm.

El zapatero, , que no tenia temor de Dios, cogió su cuchillo y le sacó el ojo izquierdo; despues le dió un pedazo de pan, y haciéndole agarrarse á la punta de un palo, se le llevo detrás de sí.

Al ponerse el sol, llegaron al estremo del bosque, donde habia una horca. El zapatero condujo á su ciego compañero hasta el pie del cadalso, y dejándole allí continuó solo su camino. El desgraciado se durmió, anonadado de fatiga, de dolor de hambre, y pasó toda la noche en un profundo sueño. Se despertó al amanecer sin saber dónde estaba. En la horca se hallaban colgados dos pobres pecadores con dos cuervos sobre sus cabezas. El primer ahorcado comenzó á decir:—Duermes, hermano?

—Estoy despierto, respondió el otro.

—¿Sabes, respondió el primero, que el rocío que ha caido esta noche de la horca, encima de nosotros, daria la vista á los ciegos que se bañasen con él los ojos? Si lo supieran, recobraria la vista mas de uno que cree haberla perdido para siempre.

El sastre, al oir esto, tomó su pañuelo, lo frotó en la yerba hasta que estuvo bien mojado con el rocío, se humedeció las vacías cavidades de sus ojos. En seguida se realizó lo que habia predicho el ahorcado, y sus órbitas se llenaron con dos ojos vivos y perspicaces. No tardó el asastre en ver salir el sol por detrás de las montañas. Delante de él se estendía en la llanura la gran capital, con sus puertas magníficas y sus cien campanarios coronados de brillantes cruces. Podia ya contar las hojas de los árboles, seguir el vuelo de los pájaros y la danza de las moscas. Sacó una aguja de su bolsillo y probó á enhebrarla: viendo que lo conseguia, su corazon se llenó de regocijo. Se puso de rodillas para dar gracias á Dios por su misericordia y ha-