qué decidirse. Sin embargo, comenzó á amanecer y cuando percibió la aurora, se incorporó un poco y miró hacia la luz y al ver entrar por su ventana los rayos del sol...
—¡Ah, penso, ¿por qué no he de poder mandar salir al sol y á la luna? Marido mio, dijo empujándole con el codo, despiértate, ve á buscar al barbo, quiero ser semejante á Dios!
El marido estaba dormido todavía, pero se asustó de tal manera, que se cayó de la cama. Creyendo que habia oido mal, se frotó los ojos y preguntó:
—¡Ah, mujer! ¿qué dices?
—Marido mio, si no puedo mandar salir al sol y á la luna, y si es preciso que los vea salir sin órden mia, no pestré descansar y no tendré una hora de tranquilidad, pues estaré siempre pensando en que no los puedo mandar salir.
Y al decir esto le miró con un ceño tan horrible, que sintió bañarse todo su cuerpo de un sudor frio.
—Vé al instante; quiero ser semejante á Dios.
—¡Ah, mujer! dijo el marido, arrojándose á sus pies; el barbo no puede hacer eso; ha podido muy bien hacerte reina y emperatriz, pero, te lo suplico, conténtate con ser emperatriz.
Entonces echó á llorar, sua cabellos volaron en desórden alrededor de su cabeza, despedazó su cinturon y dió á su marido un puntapié gritando:
—No puedo, no quiero contentarme con esto; marcha al instante.
El marido se vistio rápidamente y echó á correr como un insensato.
Pero la tempestad se habia desencadenado y rugia furiolas casas los árboles se movian, pedazos de roca rodasa,