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Cuentos de Grimm.

mi pobre Isabel grita y se enfurece, es preciso darla lo que se merece.

103 —¿Qué quiere tu mujer? dijo el barbo.

—¡Ah! contestó el marido medio turbado, quiere habitar un palacio grande de piedra.

—Vete, replicó el barbo, la encontrarás á la puerta.

Marchó el marido, creyendo volver a su morada; pero cuando se acercaba á ella, vió en su lugar un gran palacio de piedra. Su mujer, que se hallaba en lo alto de las gradas, iba á entrar dentro; le cogió de la mano y le dijo:Entra conmigo. La siguió. Tenia el palacio un inmenso vestíbulo, cuyas paredes eran de mármol; numerosos criados abrían las puertas con grande estrépito delante de sí; las paredes resplandecian con los dorados y estaban cubiertas de hermosas colgaduras; las sillas las mesas de las habitaciones eran de oro; veíanse suspendidas de los techos millares de arañas de cristal, y habia alfombras en todas las salas y piezas; las mesas estaban cargadas de los vinos y manjares mas esquisitos, hasta el punto que parecia iban á romperse bajo su peso. Detrás del palacio habia un patio muy grande, con establos para las vacas y caballerizas para los caballos y magníficos coches; habia además un grande y hermoso jardin, adornado de las flores mas hermosas y de árboles frutales, y por último, un parque de lo menos una legua de largo, donde se veian ciervos, gamos, liebres y todo cuanto se pudiera apetecer.

—No es muy hermoso todo esto? dijo la mujer.

—¡Oh! ¡sí! repuso el marido; quedémonos aquí y viviviremos muy contentos.

—Ya reflexionaremos, dijo la mujer, durmamos primero; y nuestras gentes se acostaron.