mensa ansiedad se apoderó entonces de las rayas.
—¡Va a pasar el río más arriba!— gritaron. —¡No queremos que mate al hombre! ¡Tenemos que defender a nuestro amigo!
Y se revolvían desesperadas entre el barro hasta enturbiar el río.
—¡Pero qué hacemos!— decían. Nosotras no sabemos nadar ligero... La tigra va a pasar antes que las rayas de allá sepan que hay que defender el paso a toda costa!
Y no sabía qué hacer. Hasta que una rayita muy inteligente dijo de pronto:
—Ya está! ¡Qué vayan los dorados! ¡Los dorados son amigos nuestros! ¡Ellos nadan más ligero que nadie!
—¡Eso es!— gritaron todas. —¡Qué vayan los dorados!
Y en un instante la voz pasó y en otro instante se vieron ocho o diez filas de dorados, un verdadero ejército de dorados que nadaban a toda velocidad aguas arriba, y que iban dejando surcos en el agua, como los torpedos.
A pesar de todo, apenas tuvieron tiempo