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HORACIO QUIROGA

—¡No hay paso!— respondieron las rayas.

—¡No va a quedar una sola raya con cola, si no dan paso! rugió la tigra.

—¡Aunque quedemos sin cola, no se pasa!— respondieron ellas.

—¡Por última vez, paso!

—¡NI NUNCA!— gritaron las rayas.

La tigra, enfurecida, había metido sin querer una pata en el agua: y una raya, acercándose despacito, acababa de clavarle todo el aguijón entre los dedos. Al bramido de dolor del animal, las rayas respondieron, sonriéndose: —¡Parece que todavía tenemos cola!...

Pero la tigra había tenido una idea, y con esa idea entre las cejas, se alejaba de allí, costeando el río aguas arriba, y sin decir una palabra.

Mas las rayas comprendieron también esta vez cuál era el plan de su enemigo. El plan de su enemigo era éste: pasar el río por otra parte, donde las rayas no sabían que había que defender el paso. Y una in-