dicen los que hablan guaraní, como en Misiones).
—¡Vamos a ver!— bramó aún el tigre.
Y retrocedió para tomar impulso y dar un enorme salto.
El tigre sabía que las rayas están casi siempre en la orilla; y pensaba que si lograba dar un salto muy grande acaso no hallara más rayas en el medio del río, y podría así comer al hombre moribundo.
Pero las rayas lo habían adivinado, y corrieron todas al medio del río, pasándose la voz:
—¡Fuera de la orilla!— gritaban bajo el agua. —¡Adentro! ¡A la canal! ¡a la canal!
Y en un segundo el ejército de rayas se precipitó río adentro, a defender el paso, a tiempo que el tigre daba su enorme salto y caía en medio del agua. Cayó loco de alegría, porque en el primer momento no sintió ninguna picadura, y creyó que las rayas habían quedado todas en la orilla, engañadas...
Pero apenas dió un paso, una verdadera