rro llegó corriendo hasta el Yabebirí, y metió las patas en el agua, gritando:
—Eh, rayas! ¡Ligero! ¡Ahí viene el amigo de ustedes, herido!
Las rayas, que lo oyeron, corrieron ansiosas a la orilla. Y le preguntaron al zorro: —¿Qué pasa? ¿Dónde está el hombre?
—¡Ahí viene!— gritó el zorro de nuevo.
—¡Ha peleado con un tigre! ¡El tigre viene corriendo! ¡Seguramente va a cruzar a la isla! ¡Dénle paso, porque es un hombre bueno!
—¡Ya lo creo! ¡Ya lo creo que le vamos a dar paso!— contestaron las rayas. —¡Pero lo que es el tigre, ese no va a pasar!
—¡Cuidado con él!— gritó aún el zorro. —No se olviden de que es el tigre!
Y pegando un brinco, el zorro entró de nuevo en el monte.
Apenas acababa de hacer esto, cuando el hombre apartó las ramas y apareció, todo ensangrentado y la camisa rota. La sangre le caía por la cara y el pecho hasta el pantalón. Y desde las arrugas del pantalón, la sangre caía a la arena. Avanzó