como si hubieran perdido algo, porque así caminan los coatís.
El mayor, que quería comer cascarudos, buscó entre los palos podridos y las hojas de los yuyos, y encontró tantos, que comió hasta quedarse dormido. El segundo, que prefería las frutas a cualquier cosa, comió cuantas naranjas quiso, porque aquel naranjal estaba dentro del monte, como pasa en el Paraguay y en Misiones, y ningún hombre vivo a incomodarlo. El tercero, que era loco por los huevos de pájaros, tuvo que andar todo el día para encontrar únicamente dos nidos: uno de tucán, que tenía tres huevos y uno de tórtola, que tenía sólo dos. Total, cinco huevos chiquitos, que era muy poca comida; de modo que al caer la tarde el coaticito tenía tanta hambre como de mañana, y se sentó muy triste a la orilla del monte. Desde allí veía el campo, y pensó en la recomendación de su madre.
—¿Por qué no querrá mamá— se dijo —que vaya a buscar nidos en el campo?
Estaba pensando así, cuando oyó, muy lejos, el canto de un pájaro.