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HORACIO QUIROGA

ches, y téngala 20 días en la oscuridad. Después póngale estos lentes amarillos, y se curará.

—Muchas gracias, cazador! respondió la madre, muy contenta y agradecida.

—¿Cuánto le debo?

—No es nada,— respondió sonriendo el cazador. —Pero tenga mucho cuidado con los perros, porque en la otra cuadra vive precisamente un hombre que tiene perros para seguir el rastro de los venados.

Las gamas tuvieron gran miedo; apenas pisaban, y se detenían a cada momento. Y con todo, los perros las olfatearon y las corrieron media legua dentro del monte. Corrían por una picada muy ancha, y delante la gamita iba balando.

Tal como dijo el cazador, se efectuó la curación. Pero sólo la gama supo cuánto le costó tener encerrada a la gamita en el hueco de un gran árbol, durante veinte días interminables. Adentro no se veía nada. Por fin una mañana la madre apartó con la cabeza el gran montón de ramas que había arrimado al hueco del árbol para que no