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CUENTOS DE LA SELVA

—Somos las gamas!... TENEMOS LA CABEZA DE VIBORA!

La madre se apuró a decir esto, para que el hombre supiera bien que ellas eran amigas del oso hormiguero.

—Ah, ah!— dijo el hombre, abriendo la puerta. —¿Qué pasa?

—Venimos para que cure a mi hija, la gamita, que está ciega.

Y contó al cazador toda la historia de las abejas.

—Hum!... Vamos a ver qué tiene esta señorita— dijo el cazador. Y volviendo a entrar en la casa, salió de nuevo con una sillita alta, e hizo sentar en ella a la gamita, para poderle ver bien los ojos sin agacharse mucho. Le examinó así los ojos bien de cerca con un vidrio redondo muy grande, mientras la mamá alumbraba con el farol de viento colgado de su cuello.

—Esto no es gran cosa— dijo por fin el cazador, ayudando a bajar a la gamita. —Pero hay que tener mucha paciencia. Póngale esta pomada en los ojos todas las no-