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HORACIO QUIROGA

—Mamá!... mamá!...

Su madre, que había salido a buscarla porque tardaba mucho, la halló al fin, y se desesperó también con su gamita que estaba ciega. La llevó paso a paso hasta su cubil, con la cabeza de su hija recostada en su pescuezo, y los bichos del monte que encontraban en el camino, se acercaban todas a mirar los ojos de la infeliz gamita.

La madre no sabía qué hacer. ¿Qué remedios podía hacerle ella? Ella sabía bien que en el pueblo que estaba del otro lado del monte vivía un hombre que tenía remedios. El hombre era cazador, y cazaba también venados; pero era un hombre bueuo.

La madre tenía miedo, sin, embargo, de llevar su hija a un hombre que cazaba gamas. Como estaba desesperada, se decidió a hacerlo. Pero antes quiso ir a pedir una carta de recomendación al OSO HORMIGUERO, que era gran amigo del hombre.

Salió, pues, después de dejar a la gamita bien oculta, y atravesó corriendo el monte, donde un tigre casi la alcanza. Cuando lle-