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HORACIO QUIROGA

a quedar ni uno solo vivo—ni grandes, ni chicos, ni gordos, ni flacos, ni jóvenes ni viejos — como ese viejísimo yacaré que veo allí, y que no tiene sino dos dientes en los costados de la boca.

El viejo y sabio yacaré, al ver que el oficial hablaba de él y se burlaba, le dijo:

—Es cierto que no me quedan sino pocos dientes, y algunos rotos. ¿Pero sabe usted qué van a comer mañana estos dientes? — añadió abriendo su inmensa boca.

—¿Qué van a comer, a ver? — respondieron los marineros.

—A ese oficialito — dijo el yacaré, y se bajó rápidamente de su tronco.

Entretanto, el Surubí había colocado su torpedo bien en medio del dique, ordenando a cuatro yacarés que lo agarraran con cuidado y lo hundieran en el agua hasta que él les avisara. Así lo hicieron. En seguida los demás yacarés se hundieron a su vez cerca de la orilla, dejando únicamente la nariz y los ojos fuera del agua. El Surubí se hundió al lado de su torpedo.

De repente el buque de guerra se llenó de