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HORACIO QUIROGA

la cola; los empujaron hasta el agua, y los clavaron a todo lo ancho del río, a un metro uno de otro. Ningún buque podía pasar por allí, ni grande ni chico. Estaban seguros de que nadie vendría a espantar a los pescados. Y como estaban muy cansados, se acostaron a dormir en la playa.

Al otro día dormían todavía, cuando oyeron el chás-chás-chás del vapor. Todos oyeron, pero ninguno se levantó ni abrió los ojos siquiera. Qué les importaba el buque? Podía hacer todo el ruido que quisiera; por allí no iba a pasar.

En efecto, el vapor estaba lejos todavía cuando se detuvo. Los hombres que iban adentro miraron con anteojos aquella cosa atravesada en el río, y mandaron un bote a ver qué era aquello que les impedía pasar. Entonces los yacarés se levantaron y fueron al dique, y miraron por entre los palos, riéndose del chasco que se había llevado el vapor.

El bote se acercó, vió el formidable dique que habían levantado los yacarés y se volvió al vapor. Pero después volvió otra