Entonces llaió al yacaré que dormía a su lado.
—¡Despiértate!— le dijo.— Hay peligro.
—¡Qué cosa? — respondió el otro, alarmado.
—No sé — contestó el yacaré que se había despertado primero.— Siento un ruido desconocido.
El segundo yacaré oyó el ruido a su vez, y en un momento despertaron a los otros.
Todos se asustaron, y corrían de un lado para otro con la cola levantada.
Y no era para menos su inquietud, porque el ruido crecía, crecía. Pronto vieron como una nubecita de humo a lo lejos, y oyeron un ruido de chás-chás en el río, como si golpearan el agua muy lejos.
Los yacarés se miraban unos a otros: ¡qué podía ser aquello?
Pero un yacaré viejo y sabio, el más sahio y viejo de todos, un viejo yacaré a quien no quedaban sino dos dientes sanos en los costados de la boca, y que había he-