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HORACIO QUIROGA

Entonces llaió al yacaré que dormía a su lado.

—¡Despiértate!— le dijo.— Hay peligro.

—¡Qué cosa? — respondió el otro, alarmado.

—No sé — contestó el yacaré que se había despertado primero.— Siento un ruido desconocido.

El segundo yacaré oyó el ruido a su vez, y en un momento despertaron a los otros.

Todos se asustaron, y corrían de un lado para otro con la cola levantada.

Y no era para menos su inquietud, porque el ruido crecía, crecía. Pronto vieron como una nubecita de humo a lo lejos, y oyeron un ruido de chás-chás en el río, como si golpearan el agua muy lejos.

Los yacarés se miraban unos a otros: ¡qué podía ser aquello?

Pero un yacaré viejo y sabio, el más sahio y viejo de todos, un viejo yacaré a quien no quedaban sino dos dientes sanos en los costados de la boca, y que había he-