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CUENTOS DE LA SELVA

—¡Ni una pluma en la cola de Pedrito! ¡Ni una pluma! ¡ni una pluma!

Y lo invitó a ir a cazar al tigre entre los dos.

El dueño de casa, que precisamente iba en ese momento a comprar una piel de tigre que le hacía falta para la estufa, quedó muy contento de poderla tener gratis. Y volviendo a entrar en la casa para tomar la escopeta, emprendió junto con Pedrito el viaje al Paraguay. Convinieron cuando Pedrito viera al tigre lo distraería charlando, para que el hombre pudiera acercarse despacito con la escopeta.

Y así pasó. El loro, sentado en una rama del árbol, charlaba y charlaba, mirando al mismo tiempo a todos lados, para ver si veía al tigre. Por fin sintió un ruido de ramas partidas, y vió de repente debajo del árbol dos luces verdes fijas en él: eran los ojos del tigre.

Entonces el loro se puso a gritar:

—¡Lindo día!... ¡rica, papa!... ¡rico té con leche!... ¿querés té con leche?...

El tigre, enojadísimo al reconocer en que a