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HORACIO QUIROGA

se retiraban a tenderse y bramar en la playa, horriblemente hinchados. Las rayas, pisoteadas, deshechas por las patas de los tigres, no desistían; acudían sin cesar a defender el paso. Algunas volaban por el aire, volvían a caer al río, y se precipitaban de nuevo contra los tigres.

Media hora duró esta lucha terrible. Al cabo de esa media hora, todos los tigres estaban otra vez en la playa, sentados de fatiga y rugiendo de dolor; ni uno solo había pasado.

Pero las rayas estaban también deshechas de cansancio. Muchas, muchísimas habían muerto. Y las que quedaban vivas dijeron:

—No podremos resistir dos ataques como éste. ¡Qué los dorados vayan a buscar refuerzos! ¡Qué vengan en seguida todas las rayas que haya en todo el Yabebirí!

Y los dorados volaron otra vez río arriba y río abajo, e iban tan ligero que dejaban surcos en el agua como los torpedos.

Las rayas fueron entonces á ver al hombre.