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narcas: digna es de ser colocada á los pies de la belleza.»
Dicho esto desplegó la alfombra y la tendió en la galería, debajo de un lecho que habian colocado allí para la princesa, y sentándose á los pies de esta:
«¿Quién podrá oponerse, continuó, á los decretos del destino? ¡Cumpliéronse las predicciones de los astrólogos! Sabe, ó rey, que tu hija y yo nos amábamos en secreto hacia largo tiempo: ya tienes en tu presencia al Peregrino de amor.»
No bien habia pronunciado estas palabras, cuando se levantó la alfombra en el aire, llevándose al príncipe y á la princesa. El rey y los médicos se quedaron pasmados, y siguieron con la vista á los fugitivos, hasta que ya no se distinguian sino