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precioso consejo, dijo el príncipe: adios, venerable brujo.

—Adios, peregrino de amor,» respondió el cuervo con tono seco, y se puso á calcular de nuevo sobre su diagrama.

Salió el príncipe de Sevilla, y se fue á buscar á su compañero el buho, que dormitaba todavía dentro de su árbol; despertóle, y tomaron ambos el camino de Córdoba, atravesando los bosques de naranjos y limoneros, que refrescan con su sombra las deliciosas márgenes del Guadalquivir. Llegados á las puertas de la ciudad, el buho levantó el vuelo, y se metió en una grieta de la muralla, y el príncipe se dirigió al momento á buscar la palma que plantára en los antiguos tiempos el grande Abderramen. Estaba en el patio de la mez-