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tan asombrado como si hubiese caido un rayo á sus pies; tembló, perdió el color, y le pareció que la cabeza le bamboleaba ya sobre los hombros.

«¿Y quién ha podido sugerir á mi príncipe semejante pregunta? ¿En dónde ha aprendido esa palabra vana?»

El príncipe, llevando á su preceptor á la ventana: «Escucha, le dijo, Eben Bonabben.» Escuchó el sábio, y oyó el dulce canto de un ruiseñor, que escondido en un bosquecillo que estaba al pie de la torre, dirigia tiernas querellas á su amada: de todos los rosales, de todas las ramas floridas salian trinos melodiosos, que espresaban el mismo pensamiento: Amor, amor, amor, era el tema de todos los cantos.