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su prudencia, esclamó: «¡Hijo vil del desierto! tú puedes ser sábio en mas de una ciencia; pero reconoce en mí á tu señor, y no lleves la temeridad hasta el punto de burlarte de tu rey.

—¡Tú mi señor! replicó el astrólogo, ¡tú mi rey! ¡El soberano de una ratonera daria leyes al que posee el libro de Salomon! Adios, Aben-Habuz, reina en tu pequeño reino, y gózate en tu paraiso de los locos; que yo voy á reirme á tus espensas en mi retiro filosófico.»

Dichas estas palabras, cogió de la brida el palafren de la princesa, hirió la tierra con el baston y se hundió con la hermosa dama al traves del centro de la torre. Tras esto se cerró la tierra sobre sus cabezas, sin dejar el menor rastro de la abertu-