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tos mas preciosos que se hallen en mi tesoro, tuya es; mas no levantes tus pensamientos hasta la que forma, las delicias de mi corazon.

—¿Y qué se me da á mí de tu oro ni de tus riquezas? dijo con aire de desprecio el astrólogo. ¿No poseo yo el libro del sábio Salomon? ¿No tengo á mi disposicion todos los tesoros de la tierra? La princesa me pertenece de derecho: tu palabra real está empeñada, yo la reclamo como alhaja mia.»

Á todo esto, desde lo alto de su palafren les dirigia la princesa mirandas altivas, y se sonreía desdeñosamente al contemplar á aquellos dos vestiglos disputándose la posesion de su juventud y belleza.

Despues de un largo debate, dominando la rabia del monarca sobre