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pues de un combate muy encarnizado, se habian retirado á sus fronteras.

El buen Aben-Habuz no cabia en sí de contento al ver tan cumplidamente acreditada la eficacia de su talisman. «Ya en fin, decia, voy á pasar una vida tranquila, pues que tengo en mis manos la suerte de mis enemigos. Sábio hijo de Abou Agib, ¿qué recompensa podré ofrecerte por tan señalado beneficio?

—Las necesidades de un anciano y un filósofo son muy simples y reducidas: proporcionadme, ó rey, los medios para convertir mi caverna en un retiro habitable, nada mas deseo.

—He aquí la modestia del verdadero sábio,» esclamó Aben-Habuz interiormente, muy satisfecho de lo