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En poco tiempo logró este ser el consejero íntimo del rey, el cual no hacia nada sin consultarle. Cierto dia, hallándose Aben-Habuz con su confidente, se lamentaba lleno de dolor de la injusticia de sus vecinos, y de la continua vigilancia que tenia precision de observar para estorvar sus invasiones. Cuando hubo acabado de lastimarse, le miró el astrólogo en silencio por algunos momentos, y tras esto le dirigió en corta diferencia estas palabras: «Sabe, ó rey, que cuando yo estuve en Egipto ví una gran maravilla, que era obra de una princesa pagana de los tiempos antiguos. Sobre una montaña que domina una ciudad considerable, situada á la orilla del Nilo, se veía la figura de un carnero de bronce, y encima de este estaba un gallo del