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sacado á luz un tan extravagante monigote. Lo cierto es que apénas el niño empezó á balbucir, ya decia mil agudezas, y en todas sus acciones revelaba cierta travesura y perspicacia que se llevaban tras sí las voluntades. Olvidábaseme advertir que habia nacido con un pequeño mechon de cabellos encima la frente, y por esa razon le llamaban Roquete del Copete; puesto que Roquete era su verdadero apellido.

A los siete ú ocho años la reina de un estado comarcano parió dos hijas. La que primero nació era hermosa como el dia; y esta circunstancia regocijó tanto á la reina, que llegó á temerse que el mismo exceso de la alegría perjudicase su salud. Hallábase presente la misma hada que asistió al nacimiento de Roquete del Copete; y para moderar la alegría de la reina, anuncióle que la princesita no tendria pizca de talento y que sería tan estúpida como hermosa. No le cayó en gracia á la reina semejante prediccion, mas lo peor del hueso quedaba por roer; porque la segunda hija que salió de sus entrañas fué soberanamente fea.

—No hay que afligirse, señora, dijo la Hada: vuestra hija gozará en cambio de tan privilegiado ingenio, que apénas se echará ménos la hermosura que le niega el cielo. Vaya lo uno por lo otro.

—¡Quiéralo Dios! exclamó la reina; pero ¿no podria encontrarse algun medio de dar una pizquita de talento á la mayor, que es tan linda?

—En cuanto á talento, señora, yo nada puedo, contestó la Hada; mas tocante á hermosura ya ese es otro cantar, y como no he de perder ripio en hacer cuanto