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Colorada, y vió desde léjos un enjambre de pastores y pastoras que delante la puerta se estaban solazando y bailaban con mucha bulla y algazara.

—¡Ay! exclamó la reina, despidiendo un suspiro. ¿Dónde habeis ido, oh tiempos felices, en que yo me alegraba y divertia como esas pobres gentes?

Semejante reflexion no tenia vuelta de hoja.

Desde el momento que vió Colorada á su hermana, precipitóse corriendo á sus brazos. Resplandecia en su rostro tan dulce satisfaccion y tan dichosa calma, que Blanca no pudo ménos de llorar amargamente al considerar su propia suerte. Vió á su hermana rodeada de hermosos hijos, pues se habia casado, de criados que la idolatraban y bendecian, de amigos fieles y sencillos; al paso que ella en la córte estaba cercada de envidiosos y traidores.

—¡Ay de mí! exclamó la reina. ¡Lindo regalo me hizo á fe mia la buena de la Hada con otorgarme una corona! ¡Cuán cierto es que no en magníficos palacios, sino en las inocentes ocupaciones de la vida campestre tiene su asiento y morada la alegria!

Apénas habia pronunciado estas palabras, se apareció la Hada, y le dijo:

—Si te concedí una corona, no lo hice en verdad para darte un premio, sino para imponerte el castigo que merecias por haberme ofrecido las ciruelas con tan mala voluntad. Para ser dichosa, buen ejemplo es tu hermana, es preciso contentarse con lo necesario y no desear lo supérfluo.

—¡Ah, señora! exclamó Blanca; bastante os habeis vengado; poued fin á mi desgracia.