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Vieron luego un hermoso jardin cargado de flores y de frutas.

Blanca miraba sin envidia el regalo que le habia tocado á su hermana, saboreando interiormente el placer que habia de causarle el verse reina. De repente oyó grande estruendo y vocería de cazadores, y como saliese á la puerta para verlos, pareció tan linda á los ojos del rey, que se casó con ella.

Blanca, luego que se vió reina, dijo á su hermana Colorada:

—No quiero que seas labradora, ven conmigo, hermanita, y te casaré con un gran señor.

—Mil gracias, querida hermana; estoy acostumbrada á vivir en el campo, y no quiero mudar de vida.

La reina Blanca partió á la córte, y estaba tan loca de alegría, que pasó noches enteras sin pegar los ojos. Los primeros meses estaba tan ocupada en sus trajes, en saraos y teatros, que de nada más se acordaba. Pero al poco tiempo, acostumbrada ya á todo, ninguna de estas cosas podia distraerla; y tenia por el contrario grandes motivos de desazon y disgusto.

Las damas de la córte, envidiosas de ver convertida en reina á una simple campesina, no podian verla ni en pintura. Desquitábanse de los actos de respeto que estaban obligadas á tributarle, murmurando y diciendo de ella cuantas picardías podian. Las murmuraciones y chismes llegaron á oídos del rey, y en verdad, en verdad que no le hicieron buen estómago. Empezó desde entónces á mirar con malos ojos á la reina; porque su majestad era por otra parte algun tanto veleidoso y casquivano. No