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La pobre niña tuvo que cargar con los más penosos y viles quehaceres de la casa: ella era quien fregaba los platos y las escaleras, quien barria y limpiaba las habitaciones de la señora, y de las señoras hijas. Tenia que dormir en la guardilla en un jergon de paja, al paso que las habitaciones de las hermanas estaban muy bien alfombradas, con sus camas de última moda y con sus magníficos espejos de cuerpo entero.

Todo lo soportaba con paciencia la infeliz criatura sin atreverse á decir una palabra su padre, que la habria regañado, porque era un pobre calzonazos. Luego de concluida su tarea, metíase en un rincon del hogar, sentándose encima la ceniza, y por esto la llamaban Culo de ceniza. Pero la hermana menor, que no era tan desbocada como la otra, la llamaba Cenicienta. Sin embargo, la Cenicienta, con sus pobres vestidos y todo, era mil veces más hermosa que sus hermanas, tan compuestas y emperejiladas.

Cierto dia el hijo del rey dió un baile, convidó á toda la gente de pelusa. Nuestras dos señoritas recibieron su esquela de convite, pues eran de las que más papeleaban en aquel país. Cátelas V. muy contentas muy atareadas en escoger los trajes y prendidos que mejor pudieran adornarlas. Nuevos apuros para la Cenicienta; porque ella era la que tenia que planchar la ropa de sus hermanas, la que tenia que alechugar sus mangas. Dia y noche no sabian hablar de otra cosa mas que de sus trajes de baile.—«Yo, decia la hermana mayor, me pondré mi vestido de terciopelo encarnado, y mi aderezo de Inglaterra.»—«Yo, contestaba la menor, no tengo mas