consentimiento de su padre. Por lo tanto, este fué el primero á quien se convidó para la boda, sin decirle el hombre de la novia. Así lo habia exigido, para asegurar el resultado, el Hada de las Lilas que estaba en todo, y que, como era justo, todo lo ordenaba y disponia.
Acudieron reyes de todos los países, los unos en sillas de manos, los otros en birlocho; los de paises más remotos llegaron montados en elefantes, en tigres ó en águilas; pero el que ostentó más riqueza y poderío fué el padre de la infanta, quien habiendo afortunadamente conseguido borrar de su memoria aquel amor sin ton ni son, estaba ya casado con una reina viuda hermosísima, de la cnal no tuvo ningun hijo.
La infanta le salió al encuentro, volando en alas del deseo, y ántes de que pudiera echarse á sus plantas, él la abrazó conmovido de ternura. El rey y la reina le presentaron á su hijo, á quien recibió con mucho agasajo. Las bodas se celebraron con toda pompa y suntuosidad. Los esposos, sin hacer gran caso de la ostentacion que les rodeaba, no hacian más que mirarse y remirarse uno á otro. El rey, padre del príncipe, hizo coronar aquel mismo dia á su hijo, y besándole las manos lo sentó en el trono. No valieron las razones que un príncipe tan bien nacido no podia ménos de alegar: fué precisa la obediencia. Las fiestas de aquel régio casamiento duraron cerca de tres meses; y el amor de los dos esposos viviria á estas fechas, ¡tan firme era su cariño! si cien años despues no hubiesen tenido que devolver sus despojos mortales á la madre tierra.