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cerradura habia visto, por temor de que no se burlasen de él, creyéndole un visionario; hirviendo en su cabeza mil encontrados pensamientos, tuvo un acceso violentísimo de calentura; los médicos, que habian perdido ya la brújula, declararon á la reina que la enfermedad de su hijo era en resumidas cuentas mal de amores.

La reina y su esposo, que estaban desesperados, se acercaron á la cama de su hijo, á quien el afligido monarca dijo con ternura:

—Hijo mio, revélanos el nombre de la señora de tus pensamientos: prometemos dártela por esposa, aunque sea la más ruin de las esclavas.

La reina, abrazándole cariñosamente, reiteraba las promesas del rey. Y el príncipe, vivamente conmovido con las pruebas de ternura y afecto que de sus padres recibia, les respondió:

—Padre mio, madre mia; léjos, léjos de mí la idea de contraer un enlace que en lo más mínimo pudiera desdoraros ó disgustaros. En prueba de lo que digo (añadió, sacando la esmeralda de debajo de la almohada), sabed que deseo casarme con la dueña de esta sortija. No es probable que la que tiene tan hermoso dedo sea ninguna palurda, ni ninguna villana.

El rey y la reina cogieron la sortija, examináronla detenidamente, y opinaron como el príncipe que aquel anillo debia de pertenecer á alguna jóven de ilustre sangre. Entónces el rey, abrazando á su hijo, y encargándole que procurase recobrar la salud, mandó á sus heraldos pregonar por toda la ciudad á son de tambores, pífanos y trompetas, que todas las damas compareciesen