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da madre, llena de ternura por su hijo, fué á rogarle que le descubriese la causa de su pesar; que aunque para devolverle la tranquilidad fuese menester darle una corona, su padre se la cederia con mucho gusto; que si deseaba casarse con alguna princesa de algun país enemigo, peligros, quejas de los vasallos, murmuraciones, todo se arrostraria para satisfacer sus deseos; y que por Dios no dejase morir á su madre de afliccion, pues que su vida estaba colgada de la vida de su hijo. No llegó la reina al fin de este razonamiento, sin derramar sobre el rostro del príncipe un torrente de lágrimas.

—Madre y señora, dijo éste con voz apagada; no soy tan descastado y perverso que ambicione la corona de mi padre. ¡Ojalá se digne el cielo concederle largos años de vida, y que siempre sea yo el más leal y el más respetuoso de sus vasallos! En cuanto á las princesas que V. dice, no he pensado todavia en casarme, y esté V. muy persuadida de que dominando como debo mi voluntad, cueste lo que costare, obedeceré siempre á mis padres.

—¡Hijo de mis entrañas! replicó la reina. ¿Qué no haria yo por salvar tu vida? Salva, hijo mio, la de tu madre y la de tu padre; dime lo que te falta, lo que deseas, y está seguro de que lo tendrás.

—¡Norabuena! madre mia, contestó. Ya que es preciso descubrir á V. mi corazon, lo haré. ¿No sería un crímen exponer la vida de dos personas para mí tan queridas? Madre de mi corazon, lo único que deseo es que la hermosa Pellejo de asno me haga una torta, y que en estando hecha me la traigan.