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¡Cómo pintar lo que le pasó á la infanta al contemplar aquel portento! Nunca jamás se habia visto una cosa tan bella, tan primorosamente labrada. Quedó atónita, asombrada; y con el pretexto de que le dolian los ojos, se retiró á su cuarto, donde ya estaba aguardando el Hada, llena de confusion y vergüenza. No es nada lo del ojo: lo mismo fué ver el vestido del color del sol, que ponerse rabiosa como una hiena.

—¡Por vida! hija mia, dijo á la infanta, ahora sí que hemos de poner á prueba el inícuo amor de tu padre. Muy encalabrinado le veo con el tal casamiento que ya da por hecho y concluido; pero me parece que ha de sobrecogerle la peticion que le vas á hacer. Has de pedirle el pellejo de aquel asno tan entrañablemente querido y que provee á sus gastos con tantísima profusion. Corre, dile que de todos modos quieres el pellejo.

Contentísima la infanta con haber encontrado un medio de desbaratar el casamiento que tanto detestaba, pues no le cabia en la imaginacion que su padre pudiera resignarse jamás á sacrificar su asno, fué á su encuentro y le pidió el pellejo de aquel hermoso animal. Por mucho que tan extravagante capricho sorprendiese al rey, no por esto se negó á satisfacerlo. El pobre asno fué inmolado, y galantemente ofrecido su pellejo á la infanta, la cual, perdida ya toda esperanza de evitar su desgracia, habria caido en la mayor desesperacion, á no haber prontamente acudido su madrina.

—¿Qué estás haciendo, hija mia? exclamó al ver que la princesa se mesaba los cabellos y heria cruelmente sus hermosas mejillas. Este es el instante más fe-