que armó el buen rey, llorando, gimoteando y gritando noche dia ¡pequeños gajes de la viudez!
Pero dice el refran que no hay bien ni mal que cien años dure. Por otra parte los grandes del reino se juntaron y fuéron en corporacion á pedir al rey que se dignase contraer segundo matrimonio. Muy duro le pareció este consejo, que recrudeció la herida y renovó su amargo llanto.
Excusóse con el juramento que habia hecho á la reina, y desafió á todos sus consejeros á que encontrasen una princesa más bonita y más linda que su difunta esposa, muy convencido como estaba de que seria excusado é imposible. Mas á los altos próceres les pareció una fruslería semejante promesa, dijeron que para una reina la hermosura era lo de ménos, con tal de que fuese virtuosa y fecunda. Hiciéronle presente que el interés y la tranquilidad del estado reclamaban descendientes varones; que aunque su hija la princesa reuniese todas las buenas dotes propias de una gran reina, sería preciso casarla con un príncipe extranjero; que ese extranjero se la llevaria á su tierra, ó aun cuando se quedase en el país, los hijos serian reputados de sangre extranjera; y que no existiendo un príncipe que heredase su nombre, los pueblos vecinos podrian mover guerras que acarreasen la ruina del reino. El rey, en cuyo ánimo hicieron mella tan grandes consideraciones, prometió que procuraria complacerles.
Efectivamente, entre las princesas solteras trató de buscar una que pudiera convenirle. Todos los dias recibia retratos hermosísimos, pero á ninguna de las damas