Así que se vió sola, llamó á su hermana, y le dijo:
—Mi querida Ana (así se llamaba): por la Vírgen santísima, corre, sube á lo más alto de la torre, y mira si descubres á mis hermanos. Me prometieron visitarme hoy. Si les ves, diles por señas que se apresuren á llegar.
Ana subió á lo alto del a torre, y su infeliz hermana á cada instante en alta voz le decia:
—Ana, mi querida Ana, ¿ves algo?
Y la hermanita Ana contestaba:
—Nada. Veo el sol que polvorea, la yerba que verdeguea.
Entretanto Barba-azul con un enorme alfanje en la mano, con voz de trueno gritaba:
—Baja al instante, ó subo yo.
—¡Por la Vírgen de los Desamparados! Un momento, respondia su mujer. Y luego, bajando la voz, repetia:
—Ana, mi querida hermanita Ana, ¿ves algo?
Y la hermanita Ana contestaba:
—Nada. Veo el sol que polvorea, la yerba que verdeguea.
—Baja al instante, gritaba Barba-azul, ó subo yo.
—Voy, voy, contestaba su mujer. Y luego, bajando la voz, decia:
—Ana, mi querida hermanita Ana ¿ves algo?
—Veo, contestó Ana, una espesa nube de polvo que se va acercando.
—¡Son mis hermanos!
—No, hermanita mia: no se ve más que un rebaño de ovejas.