—¿Qué es lo que veo, Dios de mi vida? exclamó su madre llena de admiracion. O yo estoy ciega, ó están cayendo de su boca perlas y diamantes. ¿Qué es eso, hija mia? Explícate.
Primera vez que la llamó hija mia.
La pobre niña refirió con singular candor todo lo ocurrido, y al paso que hablaba, iban chorreando sus benditos labios perlas y diamantes.
—Gomo dos y tres son cinco, dijo la madre. Por vida mia, que he de enviar allá á mi hija. Frasquita, ven: mira, mira lo que sale de los labios de tu hermana cuando habla. ¡Cómo te gustaria poseer este don preciosísimo! ¿no es verdad? Pues no tienes más que irte á la fuente por agua, y cuando una pobre vieja te pida de beber, ofrecérsela con mucha amabilidad y cariño.
—¿A la fuente yo? Por supuesto. ¡Vaya que sería cosa de ver! dijo la gran bestia.
—Pues yo te mando que vayas, contestó la madre; y vivo, vivo.
Frasquita se fué refunfuñando á la fuente, pero buen cuidado tuvo de llevar el más hermoso jarro de plata que habia en casa.
Al mismo instante de llegar, vió salir del bosque á una dama magníficamente vestida, que le pidió de beber. Era la misma hada, que habia tomado la figura y el traje de una princesa para probar hasta dónde llegaria el mal corazon de esta muchacha.
—¿Piensa V. que he venido para darle de beber á su señoría? contestó la necia orgullosa. ¡Cabalito! ¡Para eso habré traido sin duda este hermoso jarro! No habia cai-